Cuando tenemos un frío que nos hace doler hasta los huesos, cuando el trasnocho no nos deja abrir los ojos del sueño, cuando la rumba se pasó y seguimos oliendo a trago y cuando lastimosamente acompañamos a alguno en la funeraria, siempre estamos disfrutando de una taza de café bien caliente, haciendo alusión a lo reconocidos que somos por este bonito grano.
A unos les gusta negro y cargado, otros con un poco más de azúcar y los demás no lo toleran solo, entonces cualquier sobre que haga de un tinto otro café más elegante, hace que se siga deleitando del amargo sabor del café que nuestros recolectores eligen para despertar sensaciones en nuestro paladar.
Siempre es una excusa para compartir, debatir, conquistar, dialogar, planear, regañar y trasnochar; si lo hacemos en la casa es más barato, lo más finos lo acompañan con un vaso de agua, aunque hay partes en las que creen que los cafeteros de nuestras montañas ganan en lingotes de oro y lo cobran como si fuera en el último lugar del mundo donde se puede conseguir un tinto.
Un orgullo nacional, un excelente producto por el que nos reconocen a nivel mundial, una buena manera de demostrarle al mundo lo que somos capaces de hacer, así después nos lo vendan convertido en otros productos por el doble del precio y no valoren los grandes cafetales que encontramos en varias regiones de Colombia.
Sigamos tomando tinto, mucho más cuando Matthew Johnson, profesor asociado del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Johns Hopkins, de EE. UU., aseguró que se necesitan 140 tasas en un día para morir de sobredosis, y otros estudios aseguran que previene el cáncer, quita las alergias y hasta previene las caries.