Yo tenía sed en el alma; mi corazón “no tenía dueño”; y es terrible vivir sin dueño en el corazón.
Realmente era como un mendigo en busca de migajas. ¡Dios santo, que asco de vida! Me sentía caído en el pozo sin fondo de una vida sin sentido.
¿Cómo ha cambiado mi vida desde cuando decidí volver a empezar? Comencé por mejorar mis relaciones con Dios y así fueron mejorando mis relaciones con los hermanos y con todo lo que me rodea; hoy me siento feliz: me encontré, encontrando a Dios pues, de verdad me sentía perdido en medio de una vida sin razones. Hoy por hoy, se me ha vuelto una verdadera necesidad ir a Misa los domingos para encontrarme con Dios. ¡Que maravilla!: siempre salgo renovado y con una alegría que las palabras no pueden describir. La felicidad de encontrar a Dios no tiene palabras.
Hoy me siento libre, libre de esos “pozos vacíos” en los que solía saciar mi sed y cada vez en lugar de calmarla, la aumenta más. Hoy no se pasar mi fin de semana de otra manera. No tengo tiempo para perderlo estúpidamente. Y, menos aún, no quiero jugar con mi única vida, pues se que es el gran don que Dios me ha dado.
Me divierto, pero de otra manera. Me divierto libre; pero no amarrado. Mi cántaro tiene otra agua; un agua viva, la vida del Espíritu de Jesús que salta de gozo dentro de mi corazón.
Presbítero Carlos Mario Hincapié
Parroquia Santa Juana de Arco