Mientras que la Florecita Rockera crecía, salían las 1280 almas y la influencia del narcotráfico derrumbaba la propuesta cultural de Kraken, los que somos de aquella época solo pensábamos en los patines para montar en la casa, que el tamagotchi no se muriera, que no se fuera a acabar el rojo del lapicero multipunta y que no nos perdiéramos la pegajosa banda sonora de Mi Pobre Angelito que nos llenaba de valentía para cuidar nuestra casa.
Y es que en ese momento pensábamos en el bien y el mal, la paz y el amor, los duendes de la suerte y los famosos pescados locos que no se dejaban atrapar tan fácil; épocas que nos llenan de tanta nostalgia, que nos resguardamos en viejos juegos de video como emuladores, para recordar los saltos de “Prince of Persia”, los trucos de “Aladdin” y las extrañas combinaciones para ganar en “Mortal Kombat”, mientras de la cocina gritaban que el televisor se iba a dañar de tanta “jugadera”.
Eran momentos en los que el WiFi no era ningún impedimento para compartir, las calles eran el mejor escenario para jugar y el vecino el más áspero de los adversarios cuando no nos devolvía la pelota; cuando nos reuníamos los de la cuadra y corríamos lejos de: “La lleva”; y esperábamos que la mamá saliera en pijama para que toda la cuadra se diera cuenta que te entraban muy temprano.
“Tiempos aquellos”, como dirían los abuelos, que quizá podemos volver a vivir, a disfrutar, a deleitar, para que esa bella infancia no quede atrás y podamos estar más unidos, apartados de cables, contraseñas y teclados; para mirarnos, sentirnos, expresarnos de frente y no dejar que esa niñez de los 90 se pierda.